ENTENDER Y MANEJAR LA CULPA
LO QUE ENTENDEMOS POR CULPA
La culpa es una emoción autoconsciente. Este concepto simbolizado por un dedo acusador apuntando hacia mi propia persona, es el mejor retrato que caracteriza a un estado de animo disfuncional, limitante y punitivo.
La culpa es un estado afectivo de lamento y / o pesar, en el que predomina el autorreproche, la reprobación de actos, sentimientos propios, pensamientos negativos, acompañados en ocasiones de una sensación de indignidad personal, que acaba desatando un mecanismo de turbación interna, constituyendo el germen de estados depresivos y reacciones de ansiedad.
Conviene abordarla cuanto antes, al tratarse de una emoción negativa tóxica.
Es un autodiscurso anclado en el sufrimiento del que se desea escapar ya que genera dudas sobre nosotros mismos.
La esencia de la culpa radica en el remordimiento de conciencia moral.
Tiende a ser más aguda y dolorosa para las personas cuya posición respecto a juicios morales es implícitamente autoritaria (Nathaniel Branden. El respeto hacia uno mismo.1990).
Se manifiesta cuando creemos haber incumplido alguna norma o cuando otros han podido salir perjudicados por nuestras decisiones.
Nace en nuestra mente, derivada de juicios, creencias, valores asumidos y fraguados generalmente en nuestra infancia.
Ejerce un efecto dañino sobre nuestra autoestima y no deja de ser una forma de castigo realizado en primera persona.
Este estado afectivo lleva implícito el desprecio y la poca apreciación de la valía personal, contiene la implicación de elección y responsabilidad, con independencia de que seamos o no conscientes de ello.
“Yo escojo acusarme, criticarme, enjuiciarme, en definitiva: maltratarme hablando mal de mí mismo/a”.
Aunque inicialmente la culpa pueda servir para desarrollar nuestra sensibilidad hacia las personas, para poderla considerar como beneficiosa, debería tener un principio y un fin. Se suele distorsionar su uso, cuando inicia pero no finaliza, entrando en un bucle de recriminación constante del que no es fácil salir.
Es necesario frenar el sentimiento de miedo generado por la desaprobación, en definitiva, transformar la culpa, fortaleciendo nuestra autoestima, para que no encuentre un terreno donde florecer.
¿De qué sirve castigarnos una y otra vez?:
Cuando nos dejamos envolver por emociones destructivas, se bloquean determinadas regiones y neuronas del cerebro. Al activar determinados mecanismos biológicos naturales de gran impacto para la salud, transformamos nuestra química en el torrente sanguíneo (activación del eje de alarma del sistema nervioso simpático).
Los estados de ánimo afectan al intelecto en todas sus dimensiones, la creatividad, la memoria y la inteligencia notarán su influencia.
El corazón (ritmo cardíaco) se verá modificado. Bajar el dedo acusador, desactivar el pensamiento, revisar las creencias, tendrá un efecto casi automático, sobre ese dialogo interno corrosivo, mejorando automáticamente la percepción nuestra y de todo cuanto nos envuelve.
Decía que nace o está influida por conductas punitivas.
Surge socialmente de los jueces paternos, de las figuras de autoridad de referencia. Nos construimos con la idea de que está mal ser como somos y pretendemos adoptar esa imagen idealizada de lo que quieren nuestros padres, jefes o personas a las que otorgamos credibilidad.
Lo refuerza la sociedad, mediante potenciar ideas de lo que es apropiado, incorrecto, o está mal visto.
Entonces para sentirnos aceptados, impostamos lo que somos, comprando ese modelo idealizado de “como deberíamos ser”, para recibir la ansiada aprobación o sentimiento de pertenencia dentro de nuestro grupo social, familiar, laboral, de pareja, etc.
La identidad puede crearse y somos responsables de mantenerla a la altura de las demandas y posibilidades que nos aporta la vida, otorgándole valor y competencia inspiradora, ante los desafíos y retos que nos sean planteados.
Somos merecedores de nuestro propio respeto y eso pasa por cuidar nuestro lenguaje.
Hablarse bien es más nutritivo, denota madurez, inspira y moviliza el cambio. Ser benevolentes y descubrir la presencia sabia y compasiva dentro de uno mismo, desarrolla un espíritu consolador, donde no me desestimo por mis errores.
El consuelo no es indulgencia, es una utilización asertiva de la culpa ya que nos hace sensibles ante el sentimiento humano, vulnerables y más reales.
Es más sano y emocionalmente competente, cambiar de autodiscurso, que inyectarse en vena, el veneno de la culpa.
¿CÓMO PODEMOS GESTIONAR ESTA SENSACIÓN?
- Observa tus pensamientos, ¿te identificas con ellos? Simplemente son solo ideas, no realidades, desapégate de ellos.
- Siente aprecio genuino por tu persona imperfecta. Todos cometemos errores, acéptate tal cual eres. Detén la comparación y la aprobación de las figuras de referencia. Tus necesidades personales también necesitan ser atendidas y gestionadas, constituyen en muchas ocasiones elementos que necesariamente necesitan ser legitimados y validados con idéntica importancia a los ajenos.
- Mira si te estás comparando y si en el fondo buscas aprobación.
- Asume las consecuencias de los hechos, si no el sentimiento difuso gravitará invisible alrededor tuyo.
- Atiende y detén el diálogo interior descalificativo generando un ritual de reparación, transformando tu lenguaje hacia un estilo nutritivo y benevolente. Cambia tu lenguaje. La mente es lingüística; el lenguaje genera realidad, así que pon límite al pensamiento negativo. Interrógate de forma positiva: ¿”Cómo puedo con esto”? La mente se pondrá a buscar alternativas.
- Focaliza tu atención hacia lo que quieres y no en lo que temes o te desagrada.
- Apréciate genuinamente, poniendo atención en lo que sí tienes y en lo que sí funciona de ti. Ayúdate de tu cuerpo, la corporalidad pone límites a los sentimientos negativos: sonríete en cuanto te levantes, dialoga contigo a través de mensajes capacitadores: “yo puedo / soy capaz”. Eleva la cabeza y haz contacto con tu mirada. Camina con soltura,¡ muévete!
- Destina un tiempo para anotar tu diario de culpas, tus mandatos “tengo que” “hay que”. Cambia los pensamientos asociados anotados motivo de tu propia recriminación, sanción o falla. Aprende a verlo de otra manera. La forma en que te hablas aumentando tu confianza, transforma tu competencia, tu identidad, creando una personalidad emocionalmente inteligente, equilibrada y a disposición para resolver o superar los retos transitorios de la vida. Reescribe esas frases de manera constructiva y sobre todo realista. Anota un mensaje capacitante.
- Aprender a gestionar nuestras creencias y sentimientos, contribuye a cambiar la forma en que nos hablamos a nosotros mismos. ¿Cómo ves las cosas? Tus gafas de mirar la vida, pueden ser lentes que deforman la realidad. Explora que obtienes de beneficioso teniendo esas creencias, o valores. Se honesto. Puedes sorprenderte ¡créeme!
- Realiza acciones a tu alcance para contrarrestar o minimizar el posible daño ocasionado. No podemos hacer más que lo posible, pero si no hacemos lo que es posible, la culpa tiende a prolongarse. Con raras excepciones siempre existe una forma de minimizar lo acontecido y es nuestra responsabilidad encontrarla.
- Tiende un puente al futuro. Necesariamente debemos hacernos el firme propósito de querer transformar el sufrimiento inútil en algo provechoso del que poder extraer cierto aprendizaje, para no reproducirlo en el futuro.
- A veces la culpa puede ser una cortina de humo de determinados sentimientos. Podemos sentirnos intimidados por determinadas expectativas y normas de otras personas.” Lo que se espera de mí”, ejerce tal presión y se aleja tanto de lo que somos, que si nos respetásemos lo suficiente renunciando a la necesidad de satisfacerlas, no tendríamos por qué sentirnos culpables.
- Cambiar las fuentes de referencia externas por nuestras señales internas, aprendiendo a desarrollar el coraje de escucharnos con mayor autonomía y respeto por nosotros mismos.
Y para terminar, recuerda esta frase de Bill Watterson afamado caricaturista americano: “No hay problema que una dosis de culpa no pueda empeorar”.
Si quieres te lo explico y si me lo permites te lo muestro, ¿hablamos?